La revolución está en el medio
Sueltos los potros de la imaginación, algunos desbocados, las masas inventan nuevas expresiones y buscan en las calles la concreción de sueños de libertad. Eso que llaman pueblo ha reaparecido de repente. Con igual presteza ha aprendido que es el depositario de su propia soberanía y empujado, con fuerza aluvional, un proceso de cambios profundos en el septentrión africano y el Cercano Oriente árabes, donde las autarquías han hollado en terreno fértil y echado raíces en contraposición a valores universales.
Las masas en rebelión son una constante histórica que remite de inmediato a las revoluciones de mayores consecuencias y a las transformaciones sociales que han rebasado fronteras para renovar el pensamiento humano y la manera de organizarnos en sociedad. Aún con olor a pintura fresca en la historia contemporánea, sobresale el ejemplo de Europa del Este y la antigua Unión Soviética: los cambios son contagiosos y la teoría del dominó, aunque fracasada y desprestigiada en el Sudeste asiático, tiene asideros firmes en la práctica. Nada tiene de novedoso, pues, que el virus de la emancipación se haya esparcido desde Túnez y descubierto en Egipto condiciones ideales de reproducción. Lo inédito en estos estremecimientos de la telúrica política árabe radica en el protagonismo de las nuevas tecnologías y su aporte a la revitalización de un axioma tan viejo como los Evangelios: "Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres".
En este siglo XXI que apenas ha agotado un decenio, la información ha mutado en el agente más eficiente para la propulsión de tendencias novedosas, de cambios sociales y políticos, de normas y conductas hasta hace poco desconocidas. Asistimos a la aparición de una cultura supranacional que se desparrama por todo el globo --no necesariamente en atención a designios imperialistas o a los clásicos males de las teorías de las conspiraciones-, y cuya placenta alimenta el embrión de la libertad. Libertad para pensar, para consumir, para organizarse, para decidir lo individual y lo colectivo en arreglos únicos.
La revolución no radica en el mensaje, sino en los medios. Consubstancial al hombre, la libertad es un derecho que cambia y seguirá cambiando sólo en la manera de ejercerlo y adaptarlo a los tiempos y circunstancias para que cumpla cabalmente la frase feliz de Benito Juárez, el respeto al derecho ajeno es la paz. Es éste, los usos y límites de la libertad, un proceso dialéctico, inagotable como las posibilidades creativas del ser humano, sin banderas ni adscripciones raciales o culturales. La autodeterminación no es occidental ni oriental, árabe o cristiana, sino, simplemente, un atributo humano.
La naturaleza de la información como energía liberadora tampoco ha experimentado modificaciones de substancia. De nuevo, sí en los modos de difusión. Y he aquí la otra consecuencia de la revolución que moldea un mundo diferente al que hemos conocido. La forma se ha impuesto al fondo. Más bien lo ha potenciado a medida que las sociedades incorporan las nuevas tecnologías de la comunicación instantánea. La inevitabilidad de la democracia en sus diferentes variantes, pero siempre con los derechos humanos como componente esencial, está ligada a la propagación de estas técnicas. Es cuestión de tiempo.
Las posibilidades de estos movimientos liberadores se asientan en el internet, en el IPad y otros ordenadores de tableta, en el BlackBerry, en el IPhone y en esos artilugios maravillosos que han eliminado las distancias físicas y emocionales y dotado de una fuerza renovadora al individuo. Porque, vaya paradoja, estos adelantos de la comunicación lo mismo aíslan que integran. Protegen lo individual sin desmedro de lo colectivo. Como hijas legítimas de estas innovaciones cada vez más al alcance de los ciudadanos de a pie como ha sido el caso de Túnez y Egipto, las redes sociales han pasado de la nimiedad a instrumentos de la democracia. Tal como señalaba el periódico The Times de Londres en una reflexión editorial el miércoles pasado, Google y Twitter han surgido como poderosos actores políticos.
La censura más severa se impone en este presente de mudanzas radicales al internet y la telefonía móvil. Los periódicos, la radio y la televisión (menos, ciertamente, por la globalización satelital) han quedado en el ocaso de lo tradicional. Son más fáciles de embridar. ¿Qué hizo el último gran bastión del despotismo en Asia, herido en su susceptibilidad política por el otorgamiento del Nobel de la Paz a un disidente encarcelado? Apeló a un recurso que ya había ensayado con relativo éxito en varias instancias, con la invaluable ayuda de los proveedores foráneos de las nuevas tecnologías: bloqueó toda mención en internet que incluyera el nombre del activista, Liu Xiaobo. Temerosa del contagio de la libertad, imparable a corto o largo plazo, China ha vuelto a las andadas y repetido la mordaza al desterrar la palabra Egipto de la la red ancha mundial.
Las masas egipcias se han integrado en propósito y presencia física al impulso de los mensajes de texto por telefonía móvil, internet y las redes sociales. En menor medida, los tunecinos encontraron en las nuevas tecnologías un aliado estratégico para deshacerse de la dictadura de Ben Alí. Esta vez, Google se alineó con las fuerzas democráticas con una decisión sorprendente tanto desde el punto de vista técnico como político. Cuando el gobierno autocrático de Hosni Mubarak desconectó a Egipto del internet, Google inventó el "speaktotweet" lo que habilitó una receptoría de mensajes en Twitter sin necesidad de conexión a internet. Los principios antes que los negocios, porque hace poco Google se retiró de China hastiada de la censura.
Hay flancos débiles en esta prueba de la tecnología como vehículo de cambios y democracia. Las dos principales telefónicas que operan en Egipto, la británica Vodafone y France Telecom, fueron forzadas por la dictadura a cerrar sus servicios de telefonía móvil. Cuando les otorgó las concesiones, la dictadura se cuidó de establecer ciertas reglas aplicables en caso de "emergencia nacional". Pero ningún país se sostiene con un apagón telefónico permanente. La libertad puede postergarse a fuer de represión mas no las comunicaciones, indispensables para que funcionen hasta las economías más atrasadas.
La tecnología uncida a las fuerzas de la razón y a la transparencia propia de un Estado de derecho tiene génesis anterior a estos fragores de libertad que se escuchan en el mundo árabe cautivo la "paleo-política". En la España del atentado terrorista del 11 de marzo del 2004, la movilización popular promovida con la tecnología inalámbrica frustró la manipulación informativa con fines electoreros. En el Irán de la aparentemente fracasada Revolución Verde del 2009 tras el fraude electoral, los mensajes de textos y Facebook fueron piedra de toque en el estrépito de masas que estremeció la teocracia de los ayatolás.
Por internet se esparcen los bulos más catetos, pero también verdades que la gran prensa pasa por alto. O dramas personales susceptibles de afectar a grandes sectores poblacionales, pero que no logran espacio en los medios tradicionales hasta que se convierten en escándalo. Tal fue el episodio de Bill Clinton y Monica Lewinski, convertido en gran noticia después que Matt Drudge, pionero de los blogs, lo trajo y llevó en múltiples entregas. Algunos vídeos colgados en internet han desatado miles demonios y forzado la acción pública a abandonar la pasividad ante graves entuertos.
La información no es neutra. Tergiversada o manipulada puede causar daños incalculables. Estas tecnologías ofrecen la posibilidad de difundir grandes mentiras como verdades, amén de que obedecen a una lógica empresarial no siempre en sintonía con las aspiraciones de pueblos oprimidos. El antídoto, sin embargo, viene administrado en el acceso y pluralidad que estos medios traen anejos. Esta dicotomía abre interrogantes que con propiedad dilucida el editorial mencionado del diario londinense:
"La cuestión con Google, Facebook y Twitter obedece a que son entidades comerciales obligadas a trabajar dentro de la ley, pero claramente dirigidas por gente que cree que las redes sociales tienen propósitos sociales. Estos son los problemas que surgirán más a menudo con la propiedad privada de la plaza pública. Mas este tipo de libertad de información y libertad de comunicación tiene muchos lados positivos. Debilita regímenes que han fortalecido su poder a costa de la ignorancia del pueblo. Hace que la gente sea menos extraña una a la otra. También expone los argumentos torpes a la luz pública y al escrutinio, convirtiéndose en un reto poderoso al fundamentalismo islámico en este momento precario en el mundo árabe. Las redes sociales fueron pensadas para hacer amigos: ahora se han convertido en lugares para enfrentar a los enemigos".
La información no es neutra.
Tergiversada o manipulada puede causar daños incalculables. Estas tecnologías ofrecen la posibilidad de difundir grandes mentiras como verdades, amén de que obedecen a una lógica empresarial no siempre en sintonía con las aspiraciones de pueblos oprimidos. El antídoto, sin embargo, viene administrado en el acceso y pluralidad que estos medios traen anejos.
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