Caamaño: los últimos minutos
¡Aaah, entonces me van a matar. Viva Santo Domingo libre, coño!
Y entonces tronaron los fusiles que acabaron con su vida. Un tiro de gracia en la frente aseguraría que la información sobre su muerte en combate pudiera ser dada de inmediato.
Media hora antes había sido transmitida la decisión política de asesinar a Román. La orden de los jefes militares fue transmitida al coronel Héctor García Tejada quien ordenó al teniente Almonte Castro para que junto al cabo Martínez, chofer del pelotón de reconocimiento del Sexto Batallón de Cazadores, lo acompañaran.
Al mediodía del 16 de febrero de 1973, se podía escuchar en la frecuencia de radio usada por los militares: – A todas las águilas, a todas las águilas, aquí el capitán Mejía. Tengo al caco mayor.... y entonces corrigió, al coco mayor, al coco mayor y dos heridos. Francisco Alberto Caamaño Deñó, el legendario coronel de Abril, había sido hecho preso.
“Dedujimos que los heridos serían Eugenio y Armando; al primero porque lo habíamos visto sangrante en medio del trillo y al otro compañero porque habíamos sentido su fusil cuando silenciaba abruptamente. Si había un compañero con vida ese era Román, a quien en el código establecido por los militares parece que llamaban el “coco mayor” ¿Por qué?, no sabía ni tenía tiempo para pensar en eso, pero me resultaba extraño aquello de “el coco mayor”, explica Hermann en el libro citado.
El comentario entre la tropa giraba alrededor de qué se haría con el detenido. Unos quizás comprometidos con crímenes anteriores clamaban por la muerte inmediata; otros callaban, eludían miradas directas y asentían con la cabeza ante quienes, provocadoramente, pedían la cabeza del jefe guerrillero.
A la 1:15 de la tarde la noticia llegó al despacho del presidente Joaquín Balaguer, y dos horas después llegaron en helicóptero desde Santo Domingo el contralmirante Ramón Emilio Jiménez Reyes, secretario de las Fuerzas Armadas, el general Enrique Pérez y Pérez, jefe de Estado Mayor del Ejército, y el comodoro Francisco Amiama Castillo, sub-secretario de las Fuerzas Armadas y asistente del ministro.
El general Jiménez Reyes conversó con Román, a quien conocía desde los tiempos de la academia naval donde ambos fueron cadetes del mismo curso.
Amarrado y sentado sobre un piso de tierra, necesitado de atención médica, ya que tenía heridas leves, Román se recostaba contra un seto de madera cortada rústicamente. Sus custodios lo observaban con expresión de asombro en sus rostros. Parecían no creer lo que veían sus propios ojos.
Cuenta Hamlet Hermann que la relativa tranquilidad de los guerrilleros fue interrumpida a las 4:00 de la tarde cuando sentimos una inmensa cantidad de disparos; no como en combate, sino como en un día de Año Nuevo.
¡Mataron a Román!, habría dicho Hermann a sus compañeros de guerrilla.
Ninguno de los participantes en el asesinato ha tenido el valor de decir públicamente quién dio la orden de disparar..
Y entonces tronaron los fusiles que acabaron con su vida. Un tiro de gracia en la frente aseguraría que la información sobre su muerte en combate pudiera ser dada de inmediato.
Media hora antes había sido transmitida la decisión política de asesinar a Román. La orden de los jefes militares fue transmitida al coronel Héctor García Tejada quien ordenó al teniente Almonte Castro para que junto al cabo Martínez, chofer del pelotón de reconocimiento del Sexto Batallón de Cazadores, lo acompañaran.
Al mediodía del 16 de febrero de 1973, se podía escuchar en la frecuencia de radio usada por los militares: – A todas las águilas, a todas las águilas, aquí el capitán Mejía. Tengo al caco mayor.... y entonces corrigió, al coco mayor, al coco mayor y dos heridos. Francisco Alberto Caamaño Deñó, el legendario coronel de Abril, había sido hecho preso.
“Dedujimos que los heridos serían Eugenio y Armando; al primero porque lo habíamos visto sangrante en medio del trillo y al otro compañero porque habíamos sentido su fusil cuando silenciaba abruptamente. Si había un compañero con vida ese era Román, a quien en el código establecido por los militares parece que llamaban el “coco mayor” ¿Por qué?, no sabía ni tenía tiempo para pensar en eso, pero me resultaba extraño aquello de “el coco mayor”, explica Hermann en el libro citado.
El comentario entre la tropa giraba alrededor de qué se haría con el detenido. Unos quizás comprometidos con crímenes anteriores clamaban por la muerte inmediata; otros callaban, eludían miradas directas y asentían con la cabeza ante quienes, provocadoramente, pedían la cabeza del jefe guerrillero.
A la 1:15 de la tarde la noticia llegó al despacho del presidente Joaquín Balaguer, y dos horas después llegaron en helicóptero desde Santo Domingo el contralmirante Ramón Emilio Jiménez Reyes, secretario de las Fuerzas Armadas, el general Enrique Pérez y Pérez, jefe de Estado Mayor del Ejército, y el comodoro Francisco Amiama Castillo, sub-secretario de las Fuerzas Armadas y asistente del ministro.
El general Jiménez Reyes conversó con Román, a quien conocía desde los tiempos de la academia naval donde ambos fueron cadetes del mismo curso.
Amarrado y sentado sobre un piso de tierra, necesitado de atención médica, ya que tenía heridas leves, Román se recostaba contra un seto de madera cortada rústicamente. Sus custodios lo observaban con expresión de asombro en sus rostros. Parecían no creer lo que veían sus propios ojos.
Cuenta Hamlet Hermann que la relativa tranquilidad de los guerrilleros fue interrumpida a las 4:00 de la tarde cuando sentimos una inmensa cantidad de disparos; no como en combate, sino como en un día de Año Nuevo.
¡Mataron a Román!, habría dicho Hermann a sus compañeros de guerrilla.
Ninguno de los participantes en el asesinato ha tenido el valor de decir públicamente quién dio la orden de disparar..
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